jueves, 29 de diciembre de 2011

El universo oblicuo en Silencios de Agua

El universo oblicuo en Silencios de Agua, de Estephani Granda Lamadrid
Por Esaú Corona

“Oh amada culpa qué hermosa te levantas sobre mi cuerpo
qué suave eres entre mi carne
amabilísima en contra mía”

Así inicia uno de los poemas pilares de Silencios de Agua, de Estephani Granda Lamadrid y fue justamente al llegar a estos versos, en mi lectura, cuando el mundo que late en el poemario se reveló para mí. Un canto a la culpa, un canto al odio, un canto al dolor, pero estos elementos vistos como apunta Adriana Tafoya en su prólogo al libro “odio (como sinónimo de lo benigno)”. Granda realiza un canto a la culpa vista no de manera negativa, no es su canto una negación de la culpa, es por el contrario una alabanza. Con esta realidad Granda recuerda a poetas como Gibran Jalil, quien en su poemario El loco escribe un canto a la derrota “Derrota, mi derrota, más amada que mi triunfo” o como Eros Alesi, quien escribe: “Oh dulce, Oh padrina muerte, oh muerte que eres muerte”. Con este paroxismo de pensamiento, Granda toma una postura, se propone desgarrarse con el lector y nos muestra un universo sorprendente de imágenes en el cual los signos y los símbolos están ahí, sin embargo para ser resignificados. La fruta, El desierto, El polvo, El mar y El agua, todo esto habita y convive, comparte el mismo espacio, sin división alguna dentro del cuerpo de la poeta, genera paisajes contrastantes plenos de gran expresividad.
La fruta madura, crece Kafkianamente dentro del cuerpo de la poeta, es el hijo nacido del amor, es el odio que hace temblar el cuerpo. El desierto y el polvo están en los huesos, el agua, la humedad corren por las venas, no hay una separación entre los espacios y el cuerpo que los ocupa, no se sabe si el mundo ha penetrado entrando en la poeta o si la poeta se ha vertido, envolventemente sobre el mundo, pero sin duda alguna la transmutación se siente como un silencio que desgarra el cuello.
Estos “conceptos” dejan de ser conceptos. Como para los existencialistas la angustia, para Granda, el dolor, el odio y la culpa son mucho más que un concepto, porque se manifiestan materialmente, se sienten no en lo etéreo, por el contrario, se sienten en la carne, en la sangre, en el hambre, en el vientre.
En Silencios de agua, la poeta construye un universo oblicuo en el que ella misma es contenido y continente. Es una isla inahogable, quiere ser olvidada, escupir contra el espejo que la reproduce, quiere reinar en su propio mundo que la habita. Sale por la ventana, se prepara para huir al mismo tiempo que ancla, llueve para ella una aridez. Pero todo instante es ella, hablando, lloviendo, el poemario es una implosión como señala Tafoya. Felizmente impregnada de culpa y de odio Granda dice con severidad: “no había que desearse limpio” y si engulle la discordia, siembra huesos de polvo.

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