miércoles, 28 de octubre de 2009

PALABRAS EN CONJURO*

(Foto: Angélica Santa Olaya, Andrés Cisneros, Estephani Granda, Jesús Garrido,
en el foro del Centro Cultural José Martí, México, DF. 29 de agosto de 2009)



¿En qué momento olvidamos, como culturas y como sociedades, que las palabras sirven para lo que sirven?, es decir, para remontarnos a la raíz metafísica del ser, es decir, para conducirnos a la poesía. No lo sé. Lo que sí sé es que la entrada al terreno de la literatura sólo puede hacerse con poemas, con obras, y que no importa si son muchos o pocos, pues ahí basta con que los escritos SEAN la verdad más íntima del poeta. Aún si la verdad más íntima del poeta, en este caso la poeta, sea un continuo mitificar y conjurar imaginarios propios, deseados, asumidos.

Vieja y tal vez ya resuelta la cuestión (siempre resuelta temporalmente) de las diferencias entre poema y poesía, entre obra y vida, entre ficción y realidad, debemos aceptar que los poetas son

Y no son (a la vez) los “especialistas” en las antiguas e impuras palabras de la tribu. “Especialistas”, si es posible hablar de especialización en estos campos semánticos, en las pasiones, anhelos, sueños, deseos, imaginaciones de lo humano.

Si asumimos como un hecho que poeta es aquél ser que escribe poemas estamos ante una poeta, una poeta desgarrada y desgarradora, enfática, nocturna. Una poeta que desde sus breves iniciales búsquedas hasta el corpus totalmente estructurado de Balam (el tigre, el jaguar maya), asume una voz lírica, una identidad esotérica-mágica, pasional, de una sentimentalidad por momentos tan desoladora que uno se pregunta qué camino puede haber después de aceptar la derrota como por momentos esta poeta lo ha hecho.


Pero es antigua la catástrofe de los poetas, de los artistas en general. Y es antiguo el resurgir de entre sus cenizas para dar una, o varias veces, testimonios de sus imaginarios, es decir, de sus creaciones. De sus pasiones. Que son también las pasiones de todos. Esa nota oscura, desolada, que va directamente al corazón del conflicto, del dolor, y que no se enmascara en una retórica meramente estilística, está presente también en otros poetas de la editorial Versodestierro. Aunque también fuera de ella, en los poetas jóvenes ya formados. Poetas que saben, en cuanto han madurado, que sus mejores poemas son aquellos en que la forma está en perfecto equilibrio con su “sentimientos absolutos”, como dijera el poeta Mario Guzmán.

Debo confesar que en la mayoría de estos jóvenes poeta extraño un poco la ironía que se burla del dolor, el humor de carcajada, inclusive carnavalesco, que derrumba a todas las solemnidades de los hombres. Sí. Debe ser que los tiempos y la historia no dan para más, por el momento.




Como a todas las poetas jóvenes no queda sino recomendarle a Estephanie Granda Lamadrid que no se cierre a la vida ni al mundo, que no se quede para siempre en un mismo campo semántico, en una misma retórica, pues el riesgo es morir como poeta y, en el mejor y más melancólico de los casos, vegetar como literato.



Poesía que parece fácil de leer por la tersura de sus sílabas. Pero no nos engañemos: Detrás de ese aparentemente inofensivo transcurrir del verso largo, fácil de pronunciar, hay un mundo claro de sí mismo, aferrado a sus convicciones pasionales y sentimentales.


Hay en esta poesía una sencillez que no excluye a la complejidad, un mundo natural imbricado armoniosamente con el mundo social conflictivo que la autora presenta.


Erotismo que no se pierde en imágenes retóricas. Dolor que no se pierde en lamentos. Sentidos

poéticos que no se explican sino como se explica la poesía: Con imágenes semi-crípticas, que dejan de serlo para siempre en ese terreno de la literatura que es la imaginación y el testimonio lírico. Todo poema es siempre críptico: Ya por el poeta, ya por el poema en sí, ya por todo lo que rodea a ambos fenómenos.

Pero volvamos al asunto biográfico. Creí, al leer el poemario “Casa de navajas”, que Estephanie Granda Lamadrid era una esotérica chava dark. Veo después una foto suya en uno de los separadores de la editorial Versodestierro … No condice la sombría voz poética con la reflexiva joven de la fotografía. Caras vemos… Misterios y complejidades personales de estos oficiantes de la tinta.


Los poemas de Estephanie ya tienen oficio. Hay un coloquialismos hecho poesía, verso. Verso hecho de blasfemias e invectivas feroces, pero todo ello con ritmo. Cuidado ya el oficio de decir las palabras.


Experiencias que abarcan un mundo y que no abarcan ninguno, esto último si no se es un lector de corazón joven o adolescente, si no se han vivido o visto estas pasiones refulgentes, estos susurros mexicanos, estas voces de mujeres que dejan atrás a toda la mitología urdida para ellas y que quieren ser, según a lo que yo ví en el libro, sólo buenas poetas, buenas escritoras.

¿El poeta escribe para otros inconformes como él? ¿Sólo para ellos? Alguien dijo: “Las palabras son símbolos para recuerdos compartidos”. Entonces la lectura de la poesía es un hecho eminentemente sociológico, un acto en el cual los seres humanos parecen buscar destinos individuales y/o grupales.

Así, el arte de la escritura, con sus leyes y tradiciones, deviene, por el arte de la poesía, en una concatenación de semejanzas o contradicciones vitales, que, a lo poco que he visto en estos lares, consiste casi siempre en una desmesura de vida, en un drama, en una acción que quiere lanzar a sus lectores al abismo del misterio.

Enhorabuena.


Jesús Garrido Gatica. Agosto-2009.
Texto para la presentación de Casa de Navajas

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